jueves, 16 de junio de 2011

Noche de eclipse


Te dices "desde hoy vamos a disfrutar de una inmensa y rebosante luna llena durante una semana", además, anuncian buen tiempo, ni una sola nube que la empañe, calor para disfrutarla tumbado al aire libre sin las tiritonas de invierno, nada que te impida quedarte en la noche, parado y colgarte de ella. Y de pronto la miras, por acto reflejo, porque se ha convertido en un hábito seguir cada noche el trascurso de la luna por el mundo, y dices "¿qué es esa cosa redonda y apagada que ha sustituido la luna esta noche? ¡esa no es mi luna!" 
Pues resulta que anoche, 15 de junio de 2011, el eclipse lunar ocurrió porque nosotros, terrícolas, apretujados en la Tierra, nos interpusimos entre el Sol y la Luna, y la tapamos con nuestra sombra.



Oda a la luna del mar
Luna de la ciudad, me pareces cansada,
oscura me pareces o amarilla,
con algo de uña desgastada
o gancho de candado, cadavérica, vieja, borrascosa,
tambaleante como una religiosa oxidada
en el transcurso de las metálicas revoluciones:
luna transmigratoria, respetable, impasible:
tu palidez ha visto barricadas sangrientas, motines
del pueblo que sacude sus cadenas,
amapolas abiertas sobre la guerra
y sus exterminados y allí, cansada, arriba,
con tus párpados viejos
cada vez más cansada, más triste,
más rellena de humo,
con sangre, con tabaco,
con infinitas interrogaciones,
con el sudor nocturno de las panaderías,
luna gastada como la única muela del cielo
de la noche desdentada.



 De pronto llego al mar y otra luna me pareces,
blanca, mojada y fresca como yegua reciente
que corre en el rocío, joven como una perla,
diáfana como frente de sirena.
Luna del mar, te lavas cada noche
y amaneces mojada por una aurora eterna,
desposándote sin cesar con el cielo, con el aire,
con el viento marino, desarrollado cada nueva hora
por el interno impulso vital de la marea,
limpia como las uñas en la sal del oceáno.
Oh, luna de los mares,
luna mía, cuando de las calles regreso,
de mi número vuelvo, tú me lavas el polvo,
el sudor y las manchas del camino,
lavandera marina, lavas mi corazón cansado,
mi camisa.
En la noche te miro, pura, encendida lámpara del cielo,
fresca, recién nacida entre las olas,
y me duermo bajo tu esfera limpia,
reluciente, de universal reloj, de rosa blanca.
Amanezco nuevo, recién vestido,
lavado por tus manos, lavandera,
buena para el trabajo y la batalla.
Tal vez tu paz, tu nimbo nacarado,
tu nave entre las olas,
eterna, renaciendo con la sombra,
tienen que ver conmigo y a tu fresca eternidad de plata
y de marea debe mi corazón su levadura.
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PABLO NERUDA




¡Hasta el 27 de julio de 2018!

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