Dramatizas poco y ríes mucho, a pesar de tu pésima situación, como aquel que, a la mesa redonda de una apuesta de naipes se tira un farol en la última tirada, lanzando su último recurso al centro e intercambiando en un ruego el favor divino a cambio de nunca más tocar un naipe. Bobadas, dices, tragando de un golpe tu birra entre los humos de tu cigarro liado. Me tocas el hombro en un apretón, sonriendo con desparpajo embustero, dando una palmada de macho y amigo, y te sitúas en la barra para esconder tu cara entre luces, música y humo, tras las gafas de sol que no te quitas, amparado por una película de sudor que te caracteriza y el pelo brillante de olor a fiesta, alcohol y dejadez, arrastrando una estela de vagabundo y un humor exaltado que la gente aprecia, tus “amigos” aclaman al rodearte cuando cuentas una anécdota sin sentido, de la que ríen porque también ellos apuestan y ven tu mundo, atraídos por las rondas que repartes para ganarte adeptos con los que terminar la noche, la eterna juerga, la falta de valentía para enfrentar la vida fuera del universo químico que te secuestró hace un año. Más tarde te seguirán por la puerta trasera del “Nocturna” para encontrarte con ella, huesuda, desmadejada, vestida en un cuerpo de niña que no creció a tiempo y renqueante sobre sus tacones, momificada por tiras de cuero, un fresco decadente pintado en la cara de rímel corrido y labios besuqueados.
Como desde el principio, te dará lo que necesitas, os tocaréis la superficie en un intercambio de saliva y sudor para reforzar lo que os une. Tal vez ella gima, le agarres las greñas despeinadas con fuerza y os restreguéis fingiendo deseo aprendido, ella te rodeará las caderas con piernas quebradizas de pollo y reiréis al caer contra la pared, como si fuerais un grafiti más del muro. Pero pronto la coca en tu mano bien agarrada llama más con su silenciosa promesa que la niña en tus manos, y ella rápido encontrará otro cliente proclive a quien encerrar en su vida, tal como hizo contigo, y ambos seguiréis camino hasta la próxima llamada de urgencia a la que ella acudirá como salvadora, droga en mano, prometiendo la cúspide del cielo y el triunfo sin añadir que, al caer, lloras, y que cuando se está en una montaña rusa, a toda subida sigue su bajada.
Gema María Azorín
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