domingo, 4 de septiembre de 2011

Por los derroteros de un apagón...

“Asomada a los cristales de la ventana, oyendo rugir fuera el viento y contemplando la oscuridad, casi hubiera deseado que el viento sonase más lúgubre, que la oscuridad fuera más intensa y que el alboroto de las voces de las escolares se elevase de tono todavía más” (fragmento tomado de Jane Eyre, Charlotte Brönte)





Esta mañana me quedé sin luz. Sucede a las 6 a.m., recién levantada, sin velas, con el café haciéndose en una cafetera italiana en la cocina eléctrica. Me encontraba queriendo despertarme frente a mi maleta (en un mes no he llegado a deshacerla), cuando me quedé a oscuras. Vale, no pasa nada, me quedan otros cuatro sentidos. Me arrastré a tientas hasta la cama, donde juraría que había dejado el móvil, única fuente de luz que se me ocurrió en aquel momento. A continuación, ya con la luz del móvil en la mano y alumbrando a medias mis pasos, alcancé la batería del ordenador, en el interior de la funda, y la coloqué para que se siguiera cargando el ebook, del cual pretendía hacer uso durante la mañana. Conseguí vestirme (tampoco es que tuviera mucho donde elegir, pues nuestro uniforme consiste en pantalón corto y camiseta negra con el letrero “kinésithérapeute de Saint Louis” en letras blancas). Luego abrí la puerta. Es una puerta doble con cristales cubiertos por visillos a la que sigue unas contraventanas de madera que en general mantengo abiertas, pero vivo en un estudio a pie de calle, por lo que de noche las cierro. Dan a una pequeña zona de aparcamiento, no suele haber más de tres coches al mismo tiempo. Más allá de este asfaltado, hay bosque, un extenso, frondoso y oscuro bosque de abetos. 





Abro las puertas y las contraventanas y veo la noche desvanecida, el día despertando poco a poco, el justo resplandor para permitirme adivinar los rincones sombreados de escarcha bosque adentro. Ha llovido durante la noche. El silencio y la quietud se acompasan. El ambiente es fresco, pero no frío, y se respira puro. Vapores de hierba mojada y raíces se elevan y penetran mi estudio. Detrás del aparcamiento comienza la línea definida del bosque. Las nubes han bajado y un colchón de niebla blanca se arrastra hacia dentro, por entre los troncos. Gotitas en suspensión te empapan sin darte cuenta. Sin luz, solo el creciente resplandor del cielo, la claridad suavemente filtrada entre ramas, derramando claros plateados, se puede apreciar lo agradable que podría haber sido el lugar de haberse mantenido aislado. Entonces a mis espaldas reverbera un crujido, lo identifico como la cafetera silbando.  ¡Qué maravillosa y sorprendente noticia! El fuego, al ser eléctrico, y ello con todas sus consecuencias, se había apagado al irse la electricidad, pero precisamente por tardar tanto en calentarse y guardar tantísimo tiempo después el calor, incluso apagado, ha tenido el tiempo justito de hacerme el café. Sentada en el escalón con el café en la mano, me imagino cómo sería mi vida sin electricidad. Siento repentinas ganas de leer Jane Eyre, de sumergirme en un mundo acorde con lo que veo, un paisaje brumoso, cielos plomizos y chimeneas acogedoras, corredores profundos, grises y estrechos; y bujías en mano deslizando por las paredes sombras de monstruos.

“Aún brillaba la luna y reinaba la oscuridad. El amanecer
invernal era crudo; helaba. Mis dientes castañeteaban, aterida de frío.
En el pabellón de la portería brillaba una luz. La mujer del portero estaba
encendiendo la lumbre. Mi equipaje se hallaba a la puerta. Lo había sacado de casa la noche anterior. A los cinco o seis minutos sentimos a lo lejos el ruido de un coche. Me asomé y vi las luces de los faroles avanzando entre las tinieblas”

 “No llovía, pero una amarillenta y penetrante neblina lo envolvía todo, y los pies se hundían en el suelo mojado. Las chicas menos vigorosas se refugiaron en la galería para guarecerse y calentarse. La densa niebla penetró tras ellas”


Siempre he deseado haber nacido en el siglo XIX. Para mí Midnight in Paris, la última de Woody Allen, fue un descubrimiento. Adoré  la tienda de nostalgia, y me sentí gratamente identificada con las extravagancias y el espíritu entusiasta del protagonista. ¡Cómo hubiera disfrutado encontrarme en París y, en el interior de un carruaje, retroceder en el tiempo, al son de unas campanadas, y vivir por una noche en el París de final de siglo XIX! No adelanto nada, para aquellos que no la hayan visto, pues esto es solo la esencia de la película.

Me dicen que hasta que no se reanude la electricidad no podemos trabajar, por lo que me refugio en mi estudio. Me dan una vela encendida y la coloco sobre la mesa, con la puerta abierta y la cortina echada para que no me molesten. Fuera todavía está oscuro. Me siento en la butaca, acerco el ebook al halo de la llama y comienzo a leer Cumbres Borrascosas.

"He vuelto hace unos instantes de visitar a mi casero y ya se me figura que ese solitario vecino va a inquietarme por más de una causa. En este bello país, que ningún misántropo hubiese podido encontrar más agradable en toda Inglaterra, el señor Heathcliff y yo habríamos hecho una pareja ideal de compañeros. Porque ese hombre me ha parecido extraordinario. Y eso que no mostró reparar en la espontánea simpatía que me inspiró. Por el contrario, metió los dedos más profundamente en los bolsillos de su chaleco y sus ojos desaparecieron entre sus párpados cuando me oyó pronunciar mi nombre y preguntarle:

-¿El señor Heathcliff?

Él asintió con la cabeza.

-Soy Lockwood, su nuevo inquilino. Le visito para decirle que supongo que mi insistencia en alquilar la «Granja de los Tordos» no le habrá causado molestia.

-Puesto que la casa es mía -respondió apartándose de mí- no hubiese consentido que nadie me molestase sobre ella, si así se me antojaba. 


Pase."





2 comentarios:

  1. Vale lo has conseguido. Voy a rebuscar por las estanterías, en busca del dichoso libro. Lo tengo, pero no sé dónde está. ¿Lo he leído? No lo recuerdo, mi memoria solo me trae recuerdos de escenas grises de la película, pero el libro...

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  2. Me alegro! Pero si has de coger uno de las tres hermanas Brönte, yo te aconsejaría el de Charlotte, "Jane Eyre", tanto la escritura como los personajes me resultan más agradables; y más real, porque se basó en la vida de su hermana Anne. Seguro que lo tienes también, y seguro que te lo has leído, o visto la película, que por cierto acaba de salir en 2011 una nueva versión, a ver si la vemos juntas

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